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Las casas de apuestas de Madrid siguen a los barrios pobres

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Las casas de apuestas de Madrid siguen a los barrios pobres

En 2017, Madrid contaba con 812 establecimientos donde se podía apostar, accionar una tragaperras o comprar un cartón de bingo. Sobre el papel — una cobertura uniforme. En la práctica — casi la mitad de los locales se concentraban en solo 29 distritos. Menos de una cuarta parte de la ciudad.

Vista Alegre y Embajadores eran los principales focos. En cada uno había más de veinte locales. Y también había barrios donde no se abrió ni uno solo en todo el año. Estas diferencias no son casuales. Son fruto de una estrategia.

Abrir donde hay mucha gente, pero poco dinero. Donde la densidad es alta y la barrera de entrada, baja. El negocio sigue la demanda, pero la demanda no siempre es una elección. En los barrios con casas de apuestas, el índice de juego es más alto, y las oportunidades, más bajas.

Por qué las salas apuntan a los más vulnerables

En el negocio del juego no hay rutas al azar. Donde hay más desempleo en Madrid, las salas aparecen antes. Donde hay más migrantes, también es más probable ver una máquina detrás del cristal. Los modelos espaciales lo confirman sin notas al pie ni matices.

Pobreza, vulnerabilidad, alta densidad poblacional — todo convierte a un barrio en objetivo. Cuanta menos juventud y más personas mayores que viven solas, más interés muestra la industria de las apuestas.

Pero lo más revelador es la proximidad. Si en un barrio ya hay una sala, el siguiente también tendrá la suya. Funciona como una red: un nodo atrae a otro. Y mientras la ciudad refuerza los controles sobre otros sectores, las máquinas crecen sin restricciones.

Además, la industria hace tiempo que desbordó las calles y los escaparates. El segmento online crece en paralelo y, muchas veces, replica los mismos mecanismos — accesibilidad, repetición, densidad. En muchos sitios con reseñas se puede ver cómo funciona esta cara digital del mercado: desde los recursos visuales hasta los guiones de implicación.

Cuando el regulador debe decir “basta”

El negocio del juego en Madrid sigue una lógica simple: donde hay más debilidad, allí se instala. Es cómodo. Tiene respaldo en los datos. Se considera rentable. Pero a partir de cierto punto, deja de ser una estrategia y se convierte en una trampa.

Los autores del estudio no proponen una prohibición, sino un límite. Establecer una distancia mínima entre locales. Bloquear nuevas aperturas en zonas saturadas. Convertir el mapa en algo seguro para la ciudad, no funcional para el negocio.

Ahora es al revés. Quienes más pierden, lo hacen en barrios donde el ingreso per cápita está por debajo de la media. Y no es casualidad — es un patrón. Y mientras el ayuntamiento lee los informes, las tragaperras siguen al lado de los servicios sociales, la farmacia y la escuela.